jueves, 17 de octubre de 2013

Tradiciones arraigadas.


Los primeros recuerdos que tengo del Camp Nou son de tardes de domingo, a las cinco, en la segunda gradería del gol norte, embutido entre mi abuelo y un señor con un puro que no le cabía en la boca.

Hoy está prohibido fumar puros en el Camp Nou. 

Yo era socio pero no tenía abono, por lo que  a la versatilidad de aquellos entrañables e incómodos bancos corridos de color verde y a la buena voluntad de nuestros vecinos debo el haber sido testigo de los brutales cambios de ritmo de Johan Cruyff, de la clase nunca suficientemente ponderada del Cholo Sotil, de la entrega sin límites de Johan Neeskens o de la extraña magia de Manolo Clares.

El Mundial del '82 propició la ampliación del estadi y la sustitución de los bancos de madera por asientos individuales, lo que suponía el principio del fin de las inolvidables almohadillas y una dificultad añadida a la maniobra de encaje de los niños entre socios colindantes, haciendo que muchos mayores viesen los partidos con menores aposentados sobre sus rodillas.

Mi abuelo agradeció mucho que en esa época yo ya contase con un abono. Servidor había casi alcanzado ya la categoría de peso pesado y hubiese resultado ciertamente molesto vibrar con el juego del Barça con semejante pollo sentado en el regazo.

En esa época yo iba al Camp Nou en moto. Sin casco.

Hoy está prohibido ir en moto sin casco.

Con la ampliación, el aforo del estadi alcanzó los 120.000 espectadores. Aquello era un orgullo. Teníamos el mejor estadio del mundo. Pero el paisaje del Camp Nou, pese a su magnificencia, ha continuado siendo tan familiar, tan entrañable como siempre, porque lo habitual siempre ha sido ver mucha gente mayor (señores y señoras), muchas parejas... y muchos padres con sus hijos. Ese perfil social, reforzado por un creciente número de población flotante, convierte a la afición del Barça en una masa no demasiado ruidosa, excepto los días que toca.

Por eso, pese a tener un abono de asiento, no era extraño que en la década de los '80 viese muchos partidos en los inolvidables fondos de general, de pie, donde el ambiente era mucho más estimulante que en mi localidad de la segunda gradería.

Hoy está prohibido que un estadio de Champions tenga localidades de pie.

Y así, entre modificaciones y prohibiciones, hemos llegado al momento actual. Ya no dispongo de abono, pero dispongo de una televisión de alta definición conectada a diferentes plataformas digitales. Me he convertido en un desertor, en un mal barcelonista que desde su sillón evita la avalancha de turistas que invade el Camp Nou.  

El Barça tiene el mejor equipo de su historia; el Camp Nou ya no es el mejor estadio del mundo; la presidencia del club está en manos de alguien que no solo no es capaz de solucionar los pocos problemas que pueda tener hoy la institución sino que es capaz de aumentarlos exponencialmente y generar polémicas donde no tendría por qué haberlas; la oposición más visible critica lo que es criticable (bien) y pierde la razón criticando lo que no es criticable (fatal) y fiiscalizando lo que nadie más allá de su círculo en las redes sociales es capaz de ver (incomprensible). 

Ante todo eso, algunos nos limitamos a ver por la tele como nuestro equipo es cada vez mejor y nuestro club es cada vez menos tradicional.

En este punto, en el que la tradición del Camp Nou se difumina a marchas forzadas, una directiva que está perdiendo el rumbo a marchas aún más forzadas decide dar el golpe de gracia a su escasa popularidad aplicando la legalidad en el momento más inoportuno y de la forma más inadecuada.

Son muchos los estadios en los que se ha encontrado una fórmula más o menos imaginativa para acomodar a los más pequeños de acuerdo con la normativa vigente, pero la imaginación no existe en la directiva del Barça.

Es necesario que el F.C. Barcelona facilite la entrada de forma regulada pero gratuita a los niños que tendrán que abarrotar el Camp Nou en un futuro no tan lejano. Es necesario que la directiva aproveche el viento a favor que proporcionan los éxitos deportivos y trate de no romper nada más hasta las próximas elecciones... a las que, por cierto, sería deseable que no se presentase. Es necesario que la oposición canalice su ira, aplaque su resentimiento y aporte sentido constructivo al debate. Y es necesario que la culerada no se pierda en guerras intestinas.

Pero la contínua guerra civil entre el barcelonismo no hay quien la prohíba. 

Esa si que es una tradición bien arraigada.

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